Emprendedurismo. La nueva burbuja económica.

viernes, 12 de mayo de 2017

No hay nada más demoledor que la verdad, sobre todo si se expresa en esencia, en su versión más cruda, en su realidad más desnuda y cruenta. golpeándote en la cara, como el rocío gélido de una mañana de invierno, y dejándote enfrentado a una particular diatriba: ignorarla, como de costumbre, o parar, sentarte, reflexionar, y, con suerte, avanzar y mejorar en tu vida. 

Es de justicia reconocer que, en la mayor parte de las ocasiones, nos dedicamos a mirar para otro lado, pero, en el tema de hoy, que tiene que ver con el que debería ser uno de los pilares del crecimiento económico de cualquier país, convendría detenerse, y, por qué no, variar un poco el rumbo. Pero, en primer lugar, los hechos...


En una reciente participación en un ciclo de conferencias sobre la situación de la creación de empresas en nuestro país, los asistentes, durante el turno de preguntas del público, escuchamos, con cierto rubor, como una empresaria, emprendedora, que había pedido la palabra, nos comentaba que, a su juicio, el emprendedurismo es la nueva gran burbuja económica, la nueva gran mentira. 

Sostenía sus argumentos, no sólo en su propia y abnegada experiencia, sino en estadísticas y hechos francamente desalentadores, que no presentaban, además, novedad alguna, antes al contrario, aportaba datos conocidos por todos y cada uno de los allí presentes desde que tenemos uso de razón, profesionalmente hablando. De una parte, más del 80% de las empresas no superan los dos años de vida, y de las supervivientes, apenas un 2% superarán el lustro de existencia. Terrible.

De otra parte, no hay nada más suculento que un emprendedor para alimentar un sistema depredador que activa todo tipo de mecanismos para alentar el fracaso, camuflándose, eso sí, bajo el discurso de la excepción motivadora que acompaña al éxito, convertido en una rara avis dentro de este fenómeno global, sobre el que justificar cualquier línea argumental.

Sobre el emprendedor, en nuestro país, se ciernen todo tipo de amenazas, que van desde la dificultad, por no decir imposibilidad, de conseguir una financiación que no eleve más que su propio riesgo personal, hasta la más que censurable actitud de los organismos competentes, que activan una compleja suerte de trabas burocráticas o impositivas que afectan a la competitividad desde el minuto cero, pasando por todo tipo de expertos, gurús o, incluso, vendedores de crecepelo, que cimientan sobre discursos vacíos la existencia de los milagros, por no hablar del más extendido de todos ellos, el de la "viralidad", esquiva y misteriosa, asociada a la aparente facilidad de conseguir negocio en un ambiente globalmente socializado.

El negocio del emprendedor parece existir, pero no por su capacidad de generar riqueza, puestos de trabajo o proyección internacional, sino por su debilidad a la hora de sucumbir víctima de la ferocidad de un sistema insensible a su verdadero potencial, donde realizan su agosto particular depredadores, carroñeros y hasta enterradores, algunos puede que bien intencionados, pero casi ninguno verdaderamente implicado con el éxito del empresario emprendedor, salvo que suponga un beneficio para sí mismos.

Si así fuera, si verdaderamente reconociéramos la labor del nuevo empresario, seríamos más prudentes al hablar de viabilidad, antes de que alguien pudiere resultar económicamente lastimado, o tendríamos una labor de tutela implicada, de expertos comprometidos, inversores, benefactores u organismos oficiales, que acompañarían al empresario en sus primeros pasos, haciéndole sentir que la inversión que reciben tendrá un rédito, o que sus inexorables tributos sirven para algo, o, en lo que nos atañe a título particular, utilizaríamos las plataformas sociales para crear auténticas comunidades, sinérgicas, que proyecten negocios conjuntos, basados en ese otro convencionalismo intangible que viene a llamarse networking. Y así un largo etcétera.

Los beneficios que trae el emprendedurismo son altísimos, como exponente de la cultura, potencial y madurez empresarial de un país, en creación y generación de empleo, en el incremento subsiguiente recaudatorio para los gobiernos, en la mejora del Producto Interior Bruto, y, sin ser tan pretenciosos, hasta en el consumo de bocadillos de calamares en el bar del polígono de turno. Necesitamos, en toda la cadena implicada, cambiar la forma que tenemos de mirar al empresario, ayudarle, darle visibilidad, alzarle hacia el éxito, superando el complejo nacional de aprovecharnos del prójimo, o peor, y más inservible, el de no actuar por pura envidia, por la posibilidad de que un tercero, y no nosotros mismos, tuviere éxito.

Mientras que esto no sea así, mientras que entre todos no acabemos con aquella estadística del 80%, que nos arrastra como un bloque de cemento hacia un cementerio submarino de cadáveres lleno de pretéritas buenas ideas, seguiremos alimentando, como indicaba aquella sincera oyente, una nueva burbuja económica que amenaza, tarde o temprano, con estallar en nuestras narices. Aviso a navegantes.

N. del A.: Como bien indica la R.A.E., la palabra "emprendedurismo" no figura, por el momento, en nuestro diccionario. Es una palabra, en origen, francesa, "entrepreneur" (empresario, en realidad, amén de contratista y, más recientemente, emprendedor). Su paso por el inglés le añade el sufijo "-ship", "entrepreneurship" (calidad de emprendimiento), y en su vuelta al resto de idiomas ha generado diversas deformaciones, pendientes, quizá, de asimilar. En castellano se debería hablar más correctamente de "emprendimiento".

0 comentarios :

Publicar un comentario

 
Cuando los hombres eran hombres... © 2016 | Designed by Bubble Shooter , in collaboration with Reseller Hosting , Forum Jual Beli and Business Solutions